- Dos orejas -
—Ya
de joven apostaba fuerte —el anciano hizo una pausa para rascarse
el muñón— y no siempre ganaba —sonrió acercándome la baraja
mientras a su espalda el esbirro bizco jugueteaba con una navaja.
El
manco abrió con mano hábil el maletín rebosante de billetes
añadiendo: — Tú eres joven, como lo fui yo un día – se miró
con cariño el muñón—. ¿Que qué gano? Pervivir en tu recuerdo:
nunca me olvidarás.
Aquella
noche decidió la carta más alta. El viejo tenía razón. Desde
entonces, cada mañana al ponerme las lentillas, añoro mis gafas
pensando en él.
©Mikel Aboitiz
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