Celos
Nacer con cuarenta y tres años
me aportó una inusitada madurez que hube de hacer valer nada más
asomar por entre las piernas de mi madre. Yo, que ya había leído a
Gil de Biedma, conocía las dimensiones de este teatro que es la vida
y raudo, di las buenas tardes con timidez, afanándome por parecer
educado.
Mi madre me aceptó sin
reservas, mas mi padre, algo celoso, insistió en ver mi cartilla de
la mili antes de otorgarme el apellido. Corrían tiempos de bonanza
y, apenas nos acostumbramos a sostener el trabajoso triángulo
escaleno de nuestra vida en común, mi madre anunció que tendría un
hermanito. Así es que —aunque pensándolo bien, nunca se sabía—
comencé a hacerme a la desagradable idea de dejar de ser el pequeñín
de la casa.
©Mikel Aboitiz
:)))
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, Mikel. Gran manejo de la ironía.
Un abrazo,
Gracias, Pedro, seguimos leyéndonos.
Eliminarotro abrazo