Más
que abogado jubilado, mi tío Enrique era un glosario viviente de términos
jurídicos. Si tía Eugenia detectaba que el congelador, en lugar de estar
helado, no bajaba de los cinco grados, él lo tomaba por un «incidente
cautelar», a sustanciar por separado del asunto de
la plancha que solo sufría una «suspensión
cautelar» de funciones. Si la calefacción se
disparaba en pleno verano, creando un infierno casero, el doctor en leyes
Enrique Fausto Pedante murmuraba entre dientes «obligaciones
sinalagmáticas» y exhortaba a mi tía a llamar al técnico,
que él no era un héroe del bricolaje. Cuando tía Eugenia explotaba, harta de
que en casa solo funcionara el diccionario jurídico, le lanzaba improperios
inventados como «menchévago»
o «comemircos»,
hasta que él, ofendido, huía al juzgado dispuesto a sentenciar a su mujer. Lo
hacía desde un banco, dando de comer a las palomas. Luego, regresaba a casa
cargado con flores.
©Mikel
Aboitiz
Esas jergas casi son graciosas a veces, y otras cansan.
ResponderEliminarMuy divertido el post. Un abrazo
Mejor que oír esas jerbas es dar de comer a las palomas.
EliminarGracias por pasarte por aquí y comentar