Psicosis,
claro
—¿El
recepcionista, te has fijado?
Laura
no le presta atención, agobiada por la avería del coche, por pasar
la noche en ese hotel de carretera, en esa habitación con restos de
uñas y pelos en el rosa chillón de la alfombra, bajo la luz
insuficiente de una lámpara amenazante como una araña hambrienta
colgando de su hilo.
—Clavadito
a Anthony Perkins. ¡Qué bombón! —continúa Juana soñadora—.
Le pega mucho a este sitio horrible. Imagínate aquí sola...
Una
nueva ráfaga de lluvia apedrea la ventanas mientras la luz pierde
potencia, como si la araña del techo agotara sus fuerzas.
—Es
tétrico. ¡Ji, ji! —Juana no calla ni retocándose el rímel—.
Primero inspeccionaremos la ducha antes de quedarnos a oscuras y
tener que avisar a... ¡Anthony! ¡Anthony, cariño! ¡Ja, ja, ja!
Derrotada,
Laura se sienta palpándose las sienes, cabizbaja.
Descubre un reguero de manchas surcando la moqueta. Son goterones
secos. Avanzan hasta el baño y mueren a los pies de Juana que
descorre la cortina de la ducha y grita. Un trueno sofoca su alarido.
Se ha ido la luz. En la oscuridad su rostro huyendo del baño es una
luna pálida y asustada que murmura trémula:
—Anthony.
©Mikel
Aboitiz
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