Grisú
El ordenador tarda cada vez más en encenderse, pero hay que escribir al casero y hoy es un buen día para que el jubilado le pida que le instalen un toldo, porque el sol pega fuerte en la fachada desde temprano. Un vientecillo suave empuja hilachos de nubes despistadas que Urtain vigila como un limón perezoso balanceándose en su columpio con el voluble ensimismamiento de las aves. Para lograr que le repararan la tubería del lavabo fue necesario esperar un mes. El jubilado exhala una voluta de humo por encima de la pantalla, aún en negro, estira las piernas, tararea el aria de inicio de las variaciones Goldberg que suenan a buen volumen. Sus pies llevan el ritmo sobre un amasijo de cables, regletas polvorientas y acoples sedientos de cortocircuitos hasta que se levanta para cerrar la puerta del baño (a pesar del arreglo, el olor a humedad persiste). Al volver, en el monitor luce una confusión de colores. Busca el icono para abrir el archivo «Malditocasero» y redactar una nueva misiva. Al apretar el botón del ratón aparece un nuevo documento y al tiempo, Urtain se arranca con un trino alocado. Así es imposible concentrarse. Urtain siempre se desata, como un espontáneo incómodo que se lanza al ruedo de la primera variación. Es necesario tranquilizarlo tapándolo con el trapito blanco. La jaula, convertida en una especie de bandera blanca transmite un aire de tregua, una paz que solo Glenn Gould se atreverá a arañar con su canturreo de abuelito cascarrabias. Suena el teléfono. Es David, su hijo mayor. No, no tiene ni idea de que lo haya invitado a cenar. Algo así no lo habría pasado por alto. La última vez le costó un préstamo aún por devolver. Sin embargo, lo deja pasar. Los préstamos a los hijos, solo se diferencian de los regalos en la falta de envoltorio. Esta vez se trata de presentarle a alguien muy importante que «ha entrado en mi vida». Acepta, y como si cambiara de tema, le pregunta qué está leyendo últimamente. Su modo de expresarse le ha sonado a anuncio de colonia barata. Habría que prohibir los prospectos publicitarios, el buzoneo indiscriminado. Despachado el hijo, Glenn Gould vuelve infatigable a la carga. Al acabar la carta destapa la jaula. El sonido de la impresora pariendo el documento (esa caja de tinta china se contrae y dilata en un aquelarre atronador) se superpone al timbre del teléfono. Cuando llega hasta él, las manos de Glenn Gould descansan, las brujas de Zurragamurdi ya han escupido el papel y Urtain lanza un gorgorito inquieto. De pronto calla, trastabilla sobre su columpio y cae de espaldas, desmayado como una inocente doncella. El jubilado se queda clavado sin atreverse a descolgar el teléfono. No es supersticioso, pero no hay que ser minero para saber que un pájaro muerto nunca trae buenas noticias.
©Mikel Aboitiz, Berlin junio 2021
Por Dios, qué normal vemos ya estas odiseas, qué pena.
ResponderEliminarUn abrazo
Para cada odisea, una música que nos ayude a sobrellevarla...
EliminarAbrazo