RETO
MARINERO
El lobo
de mar amusgaba los ojos por entre el humo de su pipa. Estaba a sus
cosas, por eso no me veía. Llevaba la barba bien recortada, cana,
como los cabellos que le sobresalían de la gorra de capitán,
mordida por el salitre. Seguramente habría navegado por los mares de
China. Su mirada, clavada en algún horizonte imaginario, reflejaba
una expresión ausente, de desinterés por lo mundano. Era un tipo
duro, alto, corpulento, que sabía mirar hacia adelante con valentía,
enfrentando las embestidas de las olas y las de la vida, que son las
que dejan cicatrices por dentro. Me acerqué a él con precaución.
Tuve que ponerme de puntillas para mirarle a los ojos fijamente. Pero
como los tipos duros, no se inmutó. Ni pestañeó. Qué peligros no
habría sorteado ya el rudo marinero. Me acerqué tanto a él que
nuestros alientos se abrazaron. Sus músculos permanecían en tensión
por debajo de la chaqueta. Parecía dispuesto a atacar en cualquier
momento. Me retaba. Tuve la precaución de girarme por si acaso:
cuando uno arriesga es bueno cuidarse las espaldas. Acto seguido, lo
escondí en el puño y lo solté en el fondo del bolso antes de salir
veloz de la tienda de souvenires.
©Mikel
Aboitiz
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