FUTURO IMPERFECTO. FUTURO INCIERTO
Tras una grave crisis de salud,
concertó una cita con el prestigioso doctor Cifuentes en
su clínica particular de las afueras para ser internado allí en un
plazo de dos semanas. Sin tiempo para admirar el mobiliario de caobas
ni los infinitos detalles de buen gusto decorativo, una enfermera le
condujo directo al
despacho. Allí le recibió el doctor, quien le explicó que su
estado realmente era grave, pero que debía tener confianza, porque
estaba seguro de que trabajando juntos lograrían
restaurar su minada salud. Añadió, desplegando las hojas del
historial, que según sus informes, su crisis de salud era aguda. Se
imponía tomar medidas drásticas –variaciones estructurales en la
dieta (no más azúcares superfluos, no más sal, no más carne), en
sus hábitos (horarios fijos, muchas horas de sueño) y hasta le
planteó un cambio en sus aficiones más íntimas. El paciente lo
escuchó todo sobrecogido, asintiendo automáticamente mientras el
doctor, con rostro serio, apuntalaba sus argumentos mostrando valores
de los análisis de sangre que a él se le hacían ininteligibles y
radiografías de lo que se suponía era su maltrecho cuerpo.
Finalmente, un rayo de sol proveniente del cuidado jardín o algún
mecanismo interior, le reblandeció el rostro y en tono altamente
afable, con voz queda, se inclinó hacia adelante apoyando los dedos
entrecruzados en la mesa que los separaba y remató confidencial:
venir a nuestra casa es la mejor decisión que pudiera
tomar. Le esperamos en
dos semanas. Carraspeó
significativamente y
reiteró que, trabajando
juntos, conseguirían vencer su enfermedad.
El médico le tendió con decisión la mano antes de acompañarlo
hasta la puerta. En una sala de espera contigua atendía su turno
otro hombre con la salud carcomida a
ojos vistas.
Condujo
hasta casa lentamente, sopesando todo lo que debería hacer antes de
ingresar en la clínica. Se sintió algo necio pues, en realidad, aún
nadie le había explicado bien cómo sería el famoso tratamiento de
choque que le aplicaría el doctor Cifuentes y él ya había firmado
el ingreso. ¿Habría
actuado correctamente? En casa de nuevo le dolió el estómago. Tragó
otro comprimido al tiempo que encendía la televisión. Las persianas
bajadas oscurecían la habitación. Se sentó frente a la tele
dispuesto a olvidar. Un agradable olor a humedad venía desde el
jardín. Puso un canal y apareció en primer plano un político con
rostro solemne que conminaba al público a apoyarle en las inminentes
elecciones para así poder sacar adelante el país. En catorce días
comenzaría una vida nueva e incierta para él. Miró a la pantalla y
con el papel de ingreso firmado en la mano, pensó en el doctor
Cifuentes.
©Mikel
Aboitiz
(A Iñaki, que me lee)
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