¿Qué
hacen un tigre y un papagayo sobre una caseta prefabricada en
Hardenbergplatz?
En pleno centro de Berlín, del antiguo Berlín del Oeste, de cuando
Berlín tenía un muro y era una ciudad espejo: con el doble de todo;
dos jardines zoológicos, dos tipos de ciudadanos, dos modos de
entender la vida; y dos centros.
Es fácil que estos animales hayan salido del zoológico que se
encuentra a solo unos pasos. Pudiera ser. Pero también cabe
que ambos estén allí porque sí. Porque
no desentonan junto a las paradas de los autobuses. Estos, recuerdan
a las personas saliendo de un seiscientos, en aquellas películas de
época en blanco y negro, en las que, milagrosamente, no para de
manar gente sonriente de un SEAT.
Aquí lo mismo, los buses llegan y llegan y parecen no agotarse.
Recogen viajeros. O les dejan en medio de una mezcolanza en la que
tigre y papagayo no desentonan. Entre un mendigo durmiendo bajo los
bancos de las marquesinas, mientras sentadas sobre él, unas
jovencitas coquetas departen alegremente, ignorándole. Entre
incansables vendedores de periódicos agotados de no lograr
suscriptores. Entre pandillas de alcohólicos con su mezcla de
agotamiento y triste alegría. Entre turistas acicalados paseando
bolsas de los grandes y lujosos almacenes KaDeWe. Entre las
sombras de novísimos rascacielos mostrando la prepotencia del nuevo
rico sin saber que no arañan el cielo sino que apenas emergen de los
infiernos. Llegan más buses. Arrancan y van bombeando gente por la
ciudad, como un corazón que empuja la sangre desde el centro, desde
el lugar en el que un tigre, un papagayo, no molestan, pues apenas se
ven, entre tanto y tanto contraste.
©Mikel Aboitiz
Una manera muy original de describir la vida en las grandes urbes del sXXI.
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