14 oct 2011

Relato

 

Lo mejor de la vida, entre dos tazas de té

Don Benjamín Mayorazgo era capaz de todo con tal de lograr una taza té. El té sin azúcar ordenaba pausado y ronco, mientras luchaba por abrochar con disimulada soltura un botón medio descosido de la americana del traje. A simple vista podría parecer que don Benjamín, bien asentado en la setentena, no aspirara a mucho más que a su infusión. Cuestión de interpretación —diría él a esto—, pensando que el mundo no es como se ve, sino como se interpreta, y para concebir su mundo, don Benjamín necesitaba perentoriamente su té. En cualquier momento. En toda situación.

A pesar de no haber puesto el pie jamás por tierras suramericanas, se sentía muy apegado a los uruguayos. De hecho, nunca llegó a conocer personalmente a ninguno. Pero alguien le explicó en una ocasión que entre un Uruguayo y un Argentino no existen diferencias fonéticas sino térmicas: el primero de ellos acarrea allá donde vaya, en todo momento, un termo con agua caliente para cebar el mate. Más allá de averiguar lo cierto de aquello, don Benjamín se sintió desde entonces profundamente hermanado con los uruguayos. Y para hacerlo ver, les dedicó un brindis torero ante la parroquia de El Ruiseñor, antro de vinos rancios entre todos los antros. Giró en redondo alzando su copa de coñac ante la indiferencia del respetable. Acto seguido, apuró la copa, se enjugó unos pelos zascandiles del bigote y trastabilló hasta la barra, donde le esperaba su té ya frío. Como si nada hubiera pasado los clientes acostumbrados a sus proverbiales salidas se habían limitado a abrirle hueco sacó con mimo la bolsita de té de la taza para demostrar a quien quisiera observarle que nada había como un Hornimans para tomarse la vida con tranquilidad. Entre buche y buche exhaló aire demostrativamente, entrecerrando los ojos como un actor de anuncio, exultando paz interior. Porque la vida es como es; como el té: una cuestión de interpretación entre coñac y coñac.

©Mikel Aboitiz
A T.R., aunque no lleve termo

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