Lo mejor de la vida, entre dos tazas de té
Don
Benjamín Mayorazgo era capaz de todo con tal de lograr una taza té.
El té sin azúcar —ordenaba pausado y ronco, mientras luchaba por abrochar con disimulada soltura
un botón medio descosido de la americana del traje. A simple
vista podría parecer que don
Benjamín, bien asentado en la setentena, no aspirara a mucho
más que a su infusión. Cuestión de interpretación —diría
él a esto—, pensando
que el mundo no es como se ve, sino como se interpreta, y para
concebir su mundo, don
Benjamín necesitaba perentoriamente su té. En cualquier momento. En
toda situación.
A pesar
de no haber puesto el pie jamás por tierras suramericanas, se sentía
muy apegado a los uruguayos. De hecho, nunca llegó a conocer
personalmente a ninguno. Pero alguien le explicó en una ocasión
que entre un Uruguayo y un Argentino no existen diferencias fonéticas
sino térmicas: el primero de ellos acarrea allá donde vaya, en todo
momento, un termo con agua caliente para cebar el mate. Más allá de
averiguar lo cierto de aquello, don Benjamín se sintió desde
entonces profundamente hermanado con los uruguayos. Y para hacerlo
ver, les dedicó un brindis torero ante la parroquia de El
Ruiseñor, antro de vinos rancios entre todos los antros. Giró
en redondo alzando su copa de coñac ante la indiferencia del
respetable. Acto seguido, apuró la copa, se enjugó unos pelos
zascandiles del bigote y trastabilló hasta la barra, donde le
esperaba su té ya frío. Como si nada hubiera pasado —los
clientes acostumbrados a sus proverbiales salidas se habían limitado
a abrirle hueco— sacó con mimo la bolsita de té de la taza
para demostrar a quien quisiera observarle que nada había como un
Hornimans
para tomarse la vida con tranquilidad. Entre buche y buche exhaló
aire demostrativamente, entrecerrando los ojos como un actor de
anuncio, exultando paz
interior. Porque la vida
es como es; como el té: una cuestión de interpretación entre coñac
y coñac.
©Mikel
Aboitiz
A T.R., aunque no lleve termo
A T.R., aunque no lleve termo
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