El viaje
Ese maravilloso viaje que le habían
prometido se llamaba LSD. 30 microgramos y ¡a volar! No debía
temer: no creaba adicción y sus cinco sentidos crecerían como
gigantes. Al principio, no notó nada y se contentó con buscar al
ritmo de la música una cerveza fría por el balcón del apartamento.
Los amigos escudriñaban cómplices su rostro. Entre los Violent
femmes y los Pixies apareció aquella sonrisa, un gesto
nuevo en él, un relámpago casi imperceptible. Estaba viajando.
Rompió a reír y a mover los brazos imitando un pájaro. Subió a la
barandilla y gritó jubiloso sobre la ciudad: ¡Volaaaaar!
Sus amigos tuvieron razón: no llegó a causarle
adicción.
©Mikel
Aboitiz
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