Llamadas telefónicas
Quedamos a las dos y a las cuatro aún
no había llegado. Me sonó el móvil. Era ella. Gritaba excitada que
se le había roto una media al subir al coche, antes de abollarlo
contra un contenedor, camino de urgencias donde atendían a su madre
de una lipotimia y que ya llegaba, pero que su móvil estaba gagá y
que por eso... Al final la colgué. No soportaba sus continuas
mentiras. Me la estaba pegando, seguro. Aquello era demasiado. No
deseaba seguir escuchando sus falsas coartadas. Fue muy rápido.
Cuando me dí cuenta ya la había colgado. Y me arrepentí. Soy
demasiado impulsivo. Entonces marqué el número, por supuesto que de
memoria. Yo era quien llamaba, con el rabo entre las piernas, y eso
contaba, aunque sabía que no valdría con una simple disculpa. Dije
dónde me encontraba —junto al árbol—, y sollozando abrazado a
sus piernas, me resigné a formar parte de las estadísticas
carcelarias.
©Mikel
Aboitiz
Los detalles sugestivos más un punto de crueldad inesperado. Lo difícil y lo que le da fuerza al microrrelato.
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