En vela
Se frotó los ojos para lograr fijar
los contornos de la realidad. La primavera, asomada a
las rendijas de la persiana, le pillaba en calzoncillos, sudoroso,
fumando su último cigarro junto al teléfono. ¿Debería llamarla y
perdonarla? Otro sorbo de café le animó a abandonar la silla. Subió
la persiana, metió la cabeza en plena primavera y, deslumbrado por
el sol, cerró los ojos. Todo era rojo. Los abrió de nuevo al
girarse: su cama, sin deshacer, entera para él, le esperaba.
Dolorosamente dividido entre llamarla o acostarse, seguir juntos o
dejarla, se decidió por bajar a por tabaco.
©Mikel
Aboitiz
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