Día internacional del zurdo
Ante el teclado, todos
somos iguales
Dr. Ivan Ivanowitz
En la segunda jornada del congreso
mundial de zurdos, el doctor Ivan Ivanowitz abandonó su plaza en el
auditorio y bajó las escaleras para llegar al estrado. Su espalda
juvenil, convenientemente trajeada, soportaba el peso de las miradas
del público. De un salto atlético, superó la escalerita del
escenario. Del bosillo derecho de la americana sacó un papelito con
unas notas, que planchó un par de veces con el canto de la mano
izquierda bajo el atento silencio de los asistentes. Cogió aire
antes de comenzar. El doctor Ivan Ivanowitz era un gran orador y así
lo demostró durante los doce minutos y treinta y seis segundos que
duró su ponencia. Luego, arropado por unos tímidos aplausos, volvió
a tomar asiento entre el público. Acto seguido, comenzó a tomar
notas, mientras se mordisqueaba el índice de la mano izquierda. El
índice de la mano izquierda. Ivanowitz, sorprendido, dejó caer el
boli y se concentró en su dedo recién mordisqueado. Es más, lo
alejó de sí para observarlo con algo de distancia y poder enfocar
bien esa mano izquierda y vaga. Ivan Ivanowitz se llevó la mano
derecha a las gafas para colocarlas a la altura oportuna con la que examinar su mano zurda, dándose cuenta de que el milagro estaba
hecho. Persistió observándola, empeñado en no mirar su derecha, la
fuente de aquel prodigio: había estado escribiendo con la diestra,
por primera vez en su vida y sin advertirlo, durante un largo rato.
Se sintió como una oveja negra en medio de un rebaño. Un colega,
camino de la salida, aprovechó para saludarle. Con grandes
dificultades, la zurda de Ivanowitz respondió con un apretón de zurdas típicamente congresual,
mientras escondía la derecha enrollada en un puño culpable y tenso
en un bolsillo. De pronto, todo aquel rebaño de ovejas zurdas
comenzó a aplaudir al siguiente orador. Ivanowitz no fue menos, pero
estaba en otra cosa. No podía explicarse aquel milagro. Tomó el
boli con la izquierda, con la esperanza de ser una oveja gris, un
ambidiestro vulgaris. Sin embargo, comprobó con horror cómo su
zurda se negaba a manejar el boli. Imposible. Había perdido sus
habilidades. Se subió las gafas para ver mejor. Pero, ¿con qué
mano acababa de hacerlo? De nuevo la diestra había tomado la
iniciativa. Aquello era raro, muy raro. Pronto debería presentar su
segunda ponencia (discriminación positiva del zurdo), ¿a qué hora
exactamente? Pasó la página del programa en busca de su
intervención. ¡Nuevamente con la derecha! En una hora. En sesenta
minutos debería volver todo a la normalidad. Pero, ¿cómo enfrentar
el tema siendo diestro? Se sentía como una puta a punto de dar una
conferencia sobre castidad. Precipitadamente se levantó de su
asiento y buscó la salida. Debió de hacerlo con el pie derecho,
porque tuvo suerte de que nadie le retuviera. Fuera del auditorio,
respiró profundamente el aire algo viciado de los pasillos y se
preparó para enfrentar su primera ponencia como diestro en un mundo
de zurdos.
©Mikel
Aboitiz
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