Falta de reconocimiento
Había
enlazado unos pases de pecho soberbios. Sin hincar la rodilla, lidió
con el trapo, ajeno a cualquier peligro de muerte. No sentía miedo,
solo un cansancio infinito asomándole en los ojos. Cuando se dispuso
a culminar la faena, la tensión era máxima, el silencio,
ensordecedor. Empuñó el arma con firmeza antes de arrojar la muleta
al suelo. Ya no la quería. Desdeñaba su lesión de rodilla. Le
daba igual. Remataría a pelo. Buscó el punto definitivo donde
atacar y con hábil movimiento, aplicó la escoba dando un monumental
barrido. Por fin todo limpio. Sin vítores. Tampoco hubo aplausos.
©Mikel
Aboitiz
No sé porqué, pero yo me he ido con la mente a un limpiador de oficinas solitarias.
ResponderEliminarMe ha gustado este juego de indefinición.
Un saludo.