Este
joven tiene la mirada perdida en las aguas del lago, del Lietzensee.
Una luz favorable y tibia ilumina la piel de bronce, el cabello bien
cortado, casi repeinado, de este eterno muchacho con casi setenta y
cinco años de juventud. Nació en una fecha redonda, 1940, de manos
de Bernhard Bleeker (1881-1868) quien confeccionó veinticinco bustos
del Führer. Pero no
estamos aquí para hablar de padres y sus pecados, sino del sol
otoñal que bruñe el pecho del muchacho ensimismado en las aguas
quietas del lago.
Dando una vuelta en torno a la figura se observa el
bronce manchado por borrones de pinturas: no le desmejoran. Al
contrario: le dan un aire de superioridad sobre tiempo y modas. Un
aura de experiencia involuntaria le rodea. Si fuera de carne y hueso
se trataría de un joven de cuerpo escultórico. Como es de bronce
andaremos el camino inverso, otorgándole cualidades humanas. Ya le
hemos atribuido la experiencia que dan los años. De su padre y sus
pecados no queremos hablar. De sus hermanos, esos veinticinco bustos
siniestros, tampoco. Mejor pues dejar la familia aparte. Y sin
embargo, sabiendo sus antecedentes hay algo que nos inquieta, ese
punto del que en vano rehuimos hablar: su belleza manchada de pasado.
Ese injusto estigma que empaña su perfección.
Pero, ¿son acaso
culpables los hijos de los pecados de sus padres? Me giro a mirar el
Lietzensee con el
joven, buscando en sus aguas una respuesta. ¿Dónde está? ¿Quién
la tiene?
©Mikel
Aboitiz
Definitivamente no, ni los hijos de los de los padres, ni los padres de los de los hijos.
ResponderEliminarUn abrazo,
Gracias, Pedro, por seguir leyéndome y dar una respuesta.
EliminarUn abrazo