24 feb 2013

Visto en Berlín...: Sensburger Allee


El muchacho de bronce recostado en un jardín de la Sensburger Allee, muy cercana al estadio olímpico berlinés, no teme al frío. Está pensativo, reconcentrado en sí mismo delante del muro de piedra que retiene el mar blanco de nieve sobre el que parece flotar. Podría también pensarse que el joven está en la playa esperando a su novia que se baña en la orilla, mientras él planea dónde llevarla a comer, qué película verán luego en el cine y de qué manera enfrentarán juntos el futuro, en ese mundo de infinitas posibilidades que les brinda el porvenir.
Sin embargo las estatuas no son predecibles. Bien podría levantarse ahora mismo y dejarla plantada para ir a tomar algo con sus congéneres, distribuidos por la terraza del café situado a sus espaldas, un refugio arquitectónico de la Bauhaus, un espacio entre pinos en pleno barrio de Charlottenburg en lo que fuera el taller de su padre, el escultor Georg Kolbe. Sí, se podría levantar e ir a departir con sus hermanos. Pero el muchacho sigue sentado, parado como una estatua. Se siente sin fuerzas, huero, vacío.
La melancolía no es solo el alimento de ancianas que hojean álbumes fotográficos, también nutre y da vida al viento que recorre las entrañas del joven, golpeando por dentro su coraza humana. El muchacho oye silbar ese viento interior que presagia tormenta y permanece atento, silente, sobre las aguas blancas de su mar helado.

Una vieja dama de manos arrugadas ahoga una lágrima en su pañuelo, cierra las tapas de un álbum de fotos y el viento cesa de soplar en la Sensburger Alle.

©Mikel Aboitiz


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