Esa noche
la tropa cenó compota porque no teníamos otra cosa que manzanas y
soledad en la granja. Desde que estallara la guerra llevándose a
papá, nada podíamos ofrecer, salvo manzanas y servilismo a aquellos
hombres rudos que nos ultrajaban a cambio de perdonarnos la vida. Esa
tarde cocinamos la compota obligándonos a no pensar en aquel
ejército de tipos groseros escupiendo por la casa. Cuando mamá vertió
disimuladamente aquellas hierbas, asentí por encima de la olla,
agarré el cucharón con fuerza y removí sin dejar de mirar la
imagen del Cristo que presidía la cocina. Y es que siempre fuimos
muy religiosas. El Señor nos perdone.
©Mikel Aboitiz
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