Cambiazo
Por
muy gemelas que fuéramos, no estaba dispuesta a compartir a Juan
Alberto. —Celosilla —me regañaba él cariñoso, adivinando mis
temores. Si nos le encontrábamos por la calle, sus pupilas
alternaban indecisas entre ella y yo, hasta que le sacaba de dudas
echándome en sus brazos. Ese era el problema: nos miraba con los
mismos ojos. El vestido rojo, los zapatos de hebilla, todo me lo
tomaba prestado Victoria. ¿Todo? Me calcé los zapatos de hebilla,
salí a su encuentro con el vestido rojo. —¿Victoria? —dudó al
verme. Yo asentí juguetona, sentando el principio de mi anunciada
derrota.
©Mikel Aboitiz
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