SATANSA
Abogados Satansa ocupaba los
sótanos de unos grandes almacenes. Un flexo encendía un círculo de
luz en el escritorio del letrado. Sobre él nos estrechamos las
manos. Su rostro quedaba en penumbra, pero se adivinaba un tipo
elegante, «como un príncipe de las tinieblas», pensé embobada.
Mientras él jugueteaba con un pisapapeles —una decorativa piedra
sulfurosa— y yo me asfixiaba de calor, el abogado recapituló con
voz de bajo: «... En resumen: recurriremos la fianza de su marido,
lograremos la condonación de las deudas y usted podrá coger el
bronceador e irse a disfrutar a la playa». Prometía el oro y el
moro. Aquello olía a chamusquina. Y, ¿qué hacer con el imbécil
del socio? Al oír «socio» respondió pasándose, lenta,
significativamente un dedo de afilada uña por el cuello. Sonreía
aún francamente mefistofélico, cuando cambió de registro:
«Hablemos de su alma...». Salí de Satansa por piernas.
©Mikel Aboitiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario