Póquer de críos
Me
escoltaron en silencio al reservado. Mis dos contrincantes esperaban
con el rostro serio que solo los niños reconcentrados saben poner.
De hecho, apenas eran dos escolares. Miré circularmente: unos
hombres, rígidos, vigilaban el recinto. El que no usaba gafas de
sol, me observaba con sorna, pero mantenía también la mandíbula
apretada, el gesto tenso. Pasé cinco horas ahí dentro. Esos niños
sabían lo que se hacían. Cuando –arruinado– abandoné el
tapete, sacaron sendos osos de peluche y les asomaron a los abismos
de sus montañas de fichas ganadas. Aún les veo decirme adiós con
sus zarpas de felpa.
©Mikel Aboitiz
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