- Tedio -
—Nada
de tabaco, señoría. En la red solo estaba ella, desnuda —el juez,
solemne en su toga roja, asiente escamado mientras el pescador se
remanga la camisa azul y continúa—. Su piel era blanca, delicada
como una medusa. Realmente bella —el acusado concede una prórroga
a su inventiva antes de ponerla en palabras—. Era una sirena,
señoría, ¡una verdadera sirena! —insiste—. Corté la red para
devolverla al mar —aclara sin oprobio. A su abogado se le cae el
cuaderno de las manos. No da crédito a sus oídos. Busca aire
aflojándose la corbata amarilla. Tras esta declaración espontánea,
a su defendido no le libra de la trena ni el más benévolo comité
de peritos siquiatras. Pero se equivoca. Se salvará por la campana:
¡¡¡Riiing!!! Toca recuento. ¡¡¡Riiing!!! El funcionario de
prisiones se levanta hastiado, agarra las canicas amarilla, azul y
roja y, silbando algo bajito, comienza a recorrer galerías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario