25 sept 2013

Otra historia de abogados





- Tedio -

Nada de tabaco, señoría. En la red solo estaba ella, desnuda —el juez, solemne en su toga roja, asiente escamado mientras el pescador se remanga la camisa azul y continúa—. Su piel era blanca, delicada como una medusa. Realmente bella —el acusado concede una prórroga a su inventiva antes de ponerla en palabras—. Era una sirena, señoría, ¡una verdadera sirena! —insiste—. Corté la red para devolverla al mar —aclara sin oprobio. A su abogado se le cae el cuaderno de las manos. No da crédito a sus oídos. Busca aire aflojándose la corbata amarilla. Tras esta declaración espontánea, a su defendido no le libra de la trena ni el más benévolo comité de peritos siquiatras. Pero se equivoca. Se salvará por la campana: ¡¡¡Riiing!!! Toca recuento. ¡¡¡Riiing!!! El funcionario de prisiones se levanta hastiado, agarra las canicas amarilla, azul y roja y, silbando algo bajito, comienza a recorrer galerías.


©Mikel Aboitiz



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