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- Mensaje en mano -
Colillas
desbordando el cenicero, dos copas de vino derribadas sobre la
alfombra del comedor, ropa interior jalonando el camino hasta la
cabecera de la cama. El comisario Segura estudia el dormitorio
frotándose el mentón. Parecen restos de un naufragio tras una noche
de batalla naval. Se acuclilla observando los dos cadáveres bajo la
sábana arrugada. No toca nada.
—El
juez Barena —le anuncian.
Segura
saluda lacónico:
—Marido
despechado.
Barena le
estrecha la mano. Aparentemente un gesto formal entre amigos cuyas
mujeres, María y Elena, se conocen. El juez le retiene la mano,
mirándole fíjamente a los ojos, advirtiendo:
—Prefiero
la venganza fría — sin despegar la mirada del comisario señala
con la barbilla a los amantes—, sin sangre. Lentamente.
El índice
de Barea sobre el pecho del comisario marca un silencio violento que
el juez rompe al alejarse:
—Me
olvidaba… Saludos de Elena…
Segura se
queda un instante con la mano bobamente extendida, rígida. Se le ha
quedado helada. El flash del fotógrafo forense atrapa un tic
nervioso sacudiendo el labio inferior del comisario y su mano
escondiéndose en un bolsillo. Ahí, dentro de la gabardina, hecha un
puño, late temblorosa como un segundo corazón desbocado.
©Mikel
Aboitiz
Relato lleno de imágenes. Más que leerlo parece que lo ves... Felicidades.
ResponderEliminarGracias por detenerte y comentar, Miguel Á.
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