- ¡Nunca
me toca! -
«¡Cuánta
fuerza y qué poca puntería!»,
pensó ella al ver al tonto de su hermano empuñando el pistolón
descargado de su padre. Le gritó: «¡Apunta
bien, Guillermo Tell!».
Cuidaba no mover la manzana colocada sobre su cabeza. Le sudaba la
frente. El brazo en cabestrillo —de cuando jugaron a supermán—
le picaba bajo el yeso. La próxima iba a elegir ella el juego. ¡Vaya
que le tocaba! Cerró los ojos, sorbió los mocos, y aspiró el olor
húmedo del patio mezclado con algo más. ¿Olían los presagios?
Silbó la bala y, temblando de rabia, adivinó que solo quedaría
jugar a los fantasmas.
©Mikel
Aboitiz
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