En un cajón
De jóvenes, Tito
descorchaba botellas con los dientes, María voceaba números en el bingo y yo,
el tercero de aquel trío inseparable, trabajaba con mi padre. De pronto, ambos desaparecieron
sin rastro. Averigüé que se casaron de penalti y salieron del país. Pasado un año,
comenzaron a mandarme fotos llevando a un chiquillo en camello o entre
arrozales. Perdidos por el mundo, se convirtieron en seres extraños, ahogados
en inexplicable gratitud. Sus cartas, nunca contestadas, rebosaban en un cajón
esperando a aquel hombre tímido que un día, por sorpresa, visitaría mi oficina tartamudeando
con inquietante acento extranjero: «Tenía que conocerte».
©Mikel Aboitiz
Imagino que es el hijo de la pareja viajera- Una solución drástica esa de largarse a correr mundo, pero de los cobardes nada se escribe.
ResponderEliminarUn abrazo
En 100 palabras se esboza La historia. El lector ha de rematarla a du gusto.
EliminarGracias por hacerlo