20 dic 2021

 Definiciones imprecisas: Lavavajillas

Un lavavajillas es un estómago enorme de digestión lenta. Un gigante acurrucado en la cocina cuyos rugidos gástricos y flatulencias, cañerías abajo, celebran la fiesta del yantar. Tener un friegaplatos es cuidar de un politoxicómano domesticado, dependiente de la dureza del agua, enganchado a las pastillas de detergente, abrillantadores y sales. Con él la limpieza se subordina al llenado de las bandejas, a las cestas de cubiertos erguidos apuntando hacia arriba o a un férreo orden de cucharillas, tenedores y cucharas acomodados en estricta formación marcial. Cuánto cabe en la barriga de ese superhéroe hogareño y qué sistema o carga de inmundicia se aplica, depende de prisas, pereza y caracteres. Una observación de sus entrañas justo antes de ponerlo a trabajar dice más de quien lo programa que cuarenta test de Rorschach. Un lavavajillas es un fiel escudero, inclemente con la grasa, blando con la porcelana. Un Sancho Panza sin premio, sin Ínsula Barataria que gobernar, al albur de las exigencias culinarias de la familia, discreto, sin apenas reconocimiento. Solo cuando se avería se repara en él. Cuando se agarra con impericia el estropajo y los platos forman peligrosas cordilleras jabonosas. Ahí lo echamos en falta, como al amigo olvidado al que siempre se quiere llamar en Navidad y ya han pasado los Reyes. Es tiempo de justicia, también para los lavaplatos.

 

© Mikel Aboitiz

2 comentarios:

  1. Una reflexión muy buena, pobres lavavajillas.

    Un abrazo, y felices fiestas navideñas

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  2. Felicices fiestas para ti también y gracias por leerme.

    Otro abrazo

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