Cantos de sirena
Lejos.
De lejos iba llegando el rumor de las voces junto al agua. Tardó en
darse cuenta, confundido como estaba entre los espesos abrazos del
sueño. Abrió los ojos y encendió la linterna. Al instante, el
interior de la tienda de campaña se convirtió en un recinto
claustrofóbico, en un iglú de paredes rojas, mecidas por el viento.
Afuera volvió a sentir la cadencia de las olas rompiendo en la
orilla. Nada interrumpía su inevitable morir sobre la arena. Algún
animal huyó espantado en la oscuridad presintiendo la linterna que
empuñaba en su mano derecha, la misma con la que subía la
cremallera de la entrada, como si cortara la lona de la tienda con un
cuchillo de luz. Había bajamar. Del agua, de las olas que mantenían
su vaivén, le separaba un buen trecho de playa, en cuyo último
tramo yacían negras sombras de algas esparcidas por el azar de los
mares. La Luna pugnaba por crecer y era solo una rodaja de melón
luminosa, atacada por voraces nubes que la invitaban a sus estómagos
brumosos. Dejó caer la linterna y emprendió una carrera hasta el
agua, sin volverse a mirar atrás. Nadó hasta que las nubes
engulleron la luna y ya no se oían más voces.
©Mikel Aboitiz
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