Frente
al escaparate de la zapatería
Era
triste no tener un padre con el que también ir de compras. Los ojos
fijos en mi reflejo en el escaparate, mi madre interrumpió mis
pensamientos, comentando a su amiga que ella los prefería negros. A
papá le ingresaron en ese hospital especial, al que ni a mi madre
–embarazada de mí– la permitían visitarlo porque podíamos
contagiarnos de la enfermedad. Entonces, mi hermano mayor,
inquirió aprensivo si no
habría contraído él la enfermedad. Miré su tez pálida,
transparente como la de mamá, pero esta, en lugar de tranquilizarlo,
pasó una mano cariñosa por mi frente color canela.
©Mikel
Aboitiz
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