Rutinaria función diaria
Cuando oyó pedir una ambulancia soltó aliviado la hoja. El apuntador se frotó cansado los ojos enrojecidos. Al albor de la noche, terminada la función de las ocho, comenzaba para él el día. Pálido como un muerto salió del cubículo. Quedaba explorar la noche perdiéndose en el laberinto de innumerables vasos de tinto, oscuro como la sala antes de encenderse de nuevo las luces y subirse el telón. Con pulso tembloroso y dolor de cabeza estaría ahí de nuevo en su puesto, agotado, leyendo textos olvidados dentro de los vasos apurados poco antes de aprovechar unas miserables horas de sueño diurnas. Pronto tendrían que pedir otra vez una ambulancia.
©Mikel Aboitiz
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