Productos
cárnicos
Fue a buscar unas morcillas al frigorífico de la Barbie. Sentada sobre
el arcón de las carnes, la Barbie, rubia oxigenada de busto
exagerado como su minifalda, le preguntó la contraseña. «Te
quiero» –soltó el
charcutero. Ella contestó: «yo
también te quiero» y
levantó el culo para mostrar sus morcillas y carnes. La rubia cerró
ligera el refrigerador. Luego guardó el dinero en el sujetador, y volvió
a subirse al arcón a fumar aburrida viendo alejarse al cliente.
Desde la prohibición del negocio de la carne, la vida era monótona.
Exhaló coqueta el humo hacia arriba y comprobó el estado de sus uñas esperando al siguiente cliente.
©Mikel
Aboitiz
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