On parle français
Miré
fuera del compartimento y allí estaba ella, desconocida, apoyando su
perfil esbelto en la ventanilla del pasillo. Miraba cómo el paisaje
cambiaba a la velocidad del tren. Entre sus dedos sujetaba un Madame
Bovary. Yo me apeé en
Figueres.
Ella debió de seguir hasta Francia sin saber que también se bajaba
tras mis pasos, que me perseguía. Cruzaba el empedrado del casco viejo a
corta distancia; atendía mientras yo me sentaba enervado en la
terraza de un café y, finalmente, entraba a mi lado en una librería.
Al pagar, me pregunté si Flaubert aplacaría ese absurdo acoso.
©Mikel
Aboitiz
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