Mediada la noche me levanto furtiva de
la cama para espiar sus neveras. Me gusta
observar los estantes bajo la cálida luz de su amanecer portátil.
Oír el runrún del motor arrancando, dándome una bienvenida gruñona
y, sobre todo, comprobar el orden, la limpieza de las hueveras; la
acertada disposición de las botellas en la puerta; el estado de las
verduras conteniendo su aliento húmedo en el cajón. Si me agrada
lo visto, vuelvo a la cama: merece la pena intentarlo. Si no,
dejo una nota a mi fugaz amante y marcho.
Los frigoríficos dicen la verdad. Ellos saben.
©Mikel Aboitiz
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