Sanatorio
Veo junto a su reloj unos números grabados en su piel: 1- 0. Paso al siguiente mostrador. La mujer con las sílabadas na-da maquilladas en sus párpados estampa el sello en mi documento. Por fin me acerco al hombre que, sonriente, me espera junto a la entrada. En sus dientes relampaguea un ocho tumbado. El infinito, pienso. Recoge mis papeles, marca una contraseña y la puerta que se abre descubre una sala bañada en luz, de paredes blancas, acolchadas, con un sofá en el centro. Me indica que me siente y espere al doctor. Cuando sale, aprovecho para atar cabos: 1-0-n-a-d-a-i-n-f-i-n-i-t-o. ¿Será esta la clave para entrar aquí?
©Mikel
Aboitiz
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