Traspié
Se entrenaban para estar muertos. En
ausencia del jefe, los aprendices entrelazaban las manos sobre el
regazo, o aguantaban sin pestañear muchos segundos, tumbados en un
féretro de muestra. Luego se carcajeaban. Cosas de chiquillos, pero
eran adultos y se aburrían en la funeraria. Un día, les llegó su
primer muerto. Fue de película, pues entró por su propio pie: un
anciano resbaló con una monda de plátano colocada por ellos de
broma en la entrada. Falleció en el acto. Entonces, los jóvenes,
asustados, supieron lo bien que habían entrenado al quedar perfecta
e impecablemente muertos. Muertos de miedo.
©Mikel
Aboitiz
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