Nuevo destino
Mi expediente manchado y adiós al
trabajo de oficina. Bueno, había quien lo tenía peor. Por ejemplo,
aquel hombre acurrucado entre basuras que parecía no respirar. En su
boca abierta asomaba una dentadura como un piano de teclas
amarillentas y negras. El comisario Morales le señaló:
—Dios.
—Invisible,
olvidado: Dios
—aclaró cooperativo el subcomisario con una risita asmática.
Seguimos pateando la zona y, Fandango,
el yonkie, nuestro mejor informante,
saludó a mis colegas con gesto disimulado, sin sacar las manos de
los bolsillos. Antes de montar en el coche pasamos otra vez junto a
Dios. Permanecía absolutamente inmóvil, sin cerrar la boca, en
medio de aquella desolación; mi nueva área de trabajo. Suburbio
puro y duro. Morales interrumpió mis pensamientos con sorna:
—¿Contento
con su nuevo destino?
—Dios ha muerto
—respondí entre agobiado y filosófico.
—Pierda cuidado,
pronto se levantará para ir a emborracharse.
©Mikel Aboitiz
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