El inconsciente sí trabaja
Horarios, nómina, jefe...¡al carajo!
De un manotazo derribé el despertador y seguí durmiendo con la
almohada sobre la cara. Hasta que oí el timbre de la puerta,
acompañado de sonoros puñetazos. Corrí en pijama y abrí de golpe,
el pelo revuelto, los ojos legañosos, pujando por reconocer aquella
silueta enmarcada entre las jambas de la entrada. Se trataba del
jefe, el Supremo. Me quedé paralizado, sin saber dónde me
encontraba. No es tan sencillo mandar todo al cuerno. El inconsciente vigila, así es que recogí el despertador del suelo y
fui de cabeza a la ducha.
©Mikel
Aboitiz
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