El ayunador
¿No me habían dicho que viniera en
ayunas? Pues así llegué, muertecito de hambre, dispuesto a comerme
una vaca; preparado para los análisis. No temo a las agujas, pero
preferí dirigir la vista a lo largo de las piernas de la enfermera.
Al intentar incorporarme, un leve mareo me hizo vacilar, pero ella ya
me estaba sonriendo muy de cerca, ¡qué boca!, mientras me ponía
una tirita y aconsejaba que esperara sentado un rato. La vi alejarse
rasgando la penumbra del pasillo con su cálida
silueta y, apretando la tirita, me pregunté cuándo demonios
terminaría mi ayuno.
©Mikel
Aboitiz
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