Nuestro
pequeño búnker
«Además,
el pollo rebozado siempre humea demasiado.Tengan en cuenta...». Apagó
la radio y se puso a vigilar las idas y venidas de su marido del
jardín a la casa. Desde el estallido de las hostilidades no paraba,
ensimismado en su tarea de cavar y meter sacos de tierra en el
sótano. «Un búnker —repetía orgulloso— seremos los jubilados
con el mejor búnker del barrio». Clara conectó otra vez la radio:
«no subestimen la potencia destructiva de un bacalao al pilpil». Se
acercaba la guerra de los alimentos y su marido lo disfrutaba como
un chiquillo: «cariño, ¡ni una lluvia de chistorras podrá con
nuestro búnker!».
©Mikel
Aboitiz
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