El banquero anarquista
Fernando Pessoa
(1888-1935)
El
tiempo, que fluye con paso caprichoso, unas veces rápido y otras
lento, tiene un discurrir objetivo marcado por los calendarios y otro
subjetivo, al ritmo de ese músculo que casi todos llevamos en el
pecho. Es por eso que al leer El Banquero anarquista de
Pessoa, publicado en 1922, hace ahora justo 90 años, lo sentimos tan
vigente como un latido actual.
Bien
es cierto que el anarquismo ha perdido peso, ha adelgazado con los
azares de la Historia. Sin embargo, los banqueros y su ética arden
ahora (temporalmente) al fuego lento del infierno de la crisis.
¿Quién mueve los hilos de esta sociedad? ¿Es oportuno combatir
contra la burguesía o esperar a una revolución? Pessoa deja hablar
largo y tendido a un banquero, de manera tan aparentemente lógica y
clara, que el libro se devora de un tirón. En él, un hombre de
negocios sin escrúpulos explica a un sorprendido amigo sus
convicciones anarquistas. Y lo hace con método, permitiéndose ir
resumiendo de tanto en tanto sus teorías para que su contertulio no
pierda el hilo del discurso. Este banquero anarquista es un hábil
maestro de la falacia que se permite justificar canallamente su
comportamiento egoísta —ayudar al prójimo, entiende, es robarle
libertad — mientras te echa el humo de su tabaco a la cara. Si no
fuera porque ya no necesita más dinero, te quitaría la cartera
según le escuchas perorar y culparía a las «ficciones
sociales» del robo, alegando que estas son las responsables de los
males y no los hombres que las encarnan.
El
banquero anarquista, o mejor el sofista banquero, está cortado a la
medida del self-made-man, que
Julio Camba (¡un auténtico anarquista juvenil!) describiera pocos
años antes en 1917 como un hombre sin padre ni madre, añadiendo:
«El self-made-man nos
cuenta siempre su historia, y lo peor es que lo hace con un fin
educativo. Tiene la manía de presentarse ante los demás como una
lección experimental sobre la manera de hacerse hombre, esto es, de
hacerse hombre acaudalado» (Un año en el otro mundo,
Julio Camba pg.93-94. Ed. Rey Lear)
Pessoa esconde trampas en los
caminos que sigue el discurso de su banquero. Traza atajos, construye
falacias por cuyas veredas da gusto perderse para disfrutar de un
sano senderismo mental. Un par de descripciones de los gestos del
banquero al hablar entreveradas en sus argumentos, redondean la
caracterización de este fumador pausado, de conciencia tranquila o,
en todo caso, de gran inteligencia y escasa modestia.
Después
de terminar el banquero anarquista y abrir un diario
cualquiera, aún resuenan en el aire ecos de Pessoa. Son murmullos de
desasosiego que se confunden con el ruido de pasar las páginas,
anegadas de noticias económicas. Una sensación extraña y
envolvente gana terreno al lector, temerariamente asomado al balcón
de los titulares. Este puede sentir como si alguien, desde dentro del
periódico, le echara descaradamente a la cara el humo de un puro
gigante. Un humo espeso y blanco que oculta quién hay tras él y huele. Apesta.
©Mikel
Aboitiz
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