La muerte verde
No era verdad que la muerte verde
pudiera llegar de repente, paralizándote allí donde estuvieras.
Aquello no podía ser cierto. La radio bajo la manta mentía.
Mis padres guardaban silencio, en la habitación al final del
pasillo, ese túnel por recorrer, de paredes iluminadas al capricho
del televisor. No se oía más que el crujir de la madera bajo mis
pies descalzos, el precavido, lento arrastrar de mis pasos y la
nevera susurrando una nana monocorde desde la cocina. Muerto de miedo
llegué hasta la puerta del salón. Papá y mamá, frente a la tele,
con el sonido quitado, me daban la espalda. Yo no hacía ruido al
acercarme. Ellos no movían ni un músculo. Gateé sigiloso sobre la
alfombra de rayas
conteniendo la respiración. Mis padres parecían paralizados. En la
pared el viejo reloj juntó fuerzas para dar las dos. ¿Acaso no
respiraban? ¿Qué significaba ese mutismo? Al moverme para ver sus
caras, choqué contra una silla y un grito desgarró el silencio.
©Mikel
Aboitiz
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