Caminar de espaldas
La pareja de jóvenes abrazados se
despide en medio del fluido tránsito de viandantes. Las manos de
ella sujetan la nuca del chico, que arropa suave su cintura de
cristal entre las manos. En medio de la calle remedan un extraño
baile. La chica sin mover los pies, y él, arrastrándola en su
abrazo. Al abandonar la cabeza junto a su pecho, toda la voluntad de
la muchacha se concentra ahora en quedarse parada, como un peso
inamovible reteniendo un destino adverso frente a los paseantes
imperturbables, frente a una separación irremediable. Una sala de
espera en una estación sería más propicia, pero los adioses no
aguardan trenes. Finalmente, cada uno tira por su lado, guiando sus
pasos por entre la hormigueante multitud. La chica se seca las
lágrimas mientras un ejército de autómatas, una marea humana, la
engulle y ella camina, con piernas flojas, contracorriente, sin que
nadie repare en esa muchacha de vaqueros desgastados, afanada en
secarse los ojos dentro del torbellino de gentes ocupadas,
preocupadas, alegres, indiferentes, beatas y beodas que la flanquean.
El muchcacho se ha escabullido por una boca de metro, ganando la luz
artificial de los túneles que alumbran su pena, un abismo que le
resbala por el estómago; el zarpazo de un oso, la oportunidad de un
trabajo en lugar lejano, la obligación de separarse recorriendo la
ciudad pesado, como en los sueños en que se corre, pero no se
avanza. Ambos se dirigen a alguna parte de su futuro como si
caminaran de espaldas, alejándose el uno del otro ante el resto del
mundo, esa muchedumbre ignorante.
©Mikel
Aboitiz
Tengo que decir que es la primera vez que paso por aquí y me ha gustado mucho este relato corto y la ilustración casi infantil del comienzo, que parece casi mia.
ResponderEliminarUna manera muy peculiar de contar una despedida, me ha gustado mucho. Por aquí estaré.
Gracias.
Un saludo.
Sé bienvenida, Ofelia y pásate por aquí cuando quieras. Gracias por leerme
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