Estaba muy bien
dotado
El concurso literario
de relatos cortos estaba tan bien dotado como un buen actor porno. La
cuantía del premio era una cifra larga como la escalera empinada que
llevaba al clímax de la fama. Las bases, más estrictas que una
dómina enfundada en látex, resultaban suaves a un tiempo: permitían
el uso de máscaras, imprescindibles para garantizar el necesario
anonimato (sobres cerrados, la famosa plica). Con tales alicientes,
el tema no debía ser un inconveniente para el atrevido concursante
en ciernes, un don Juan de la pluma que no conocía tabú alguno y
era incapaz ya de recordar las innumerables páginas salidas de su
ingenio. Nunca había participado en un concurso de escritores, pero
se ganaba la vida escribiendo. Redactaba epopeyas sicalípticas para
revistas masculinas de nombres sugerentes. Cada día se iba a la cama
con una idea nueva para una historia de pasión. Su bien administrada
escasez de recursos estilísticos y mengua de lenguaje encontraban
siempre una respuesta generosa en sus
lectores. Una respuesta que se derramaba en incontenibles borbotones
de efusividad ante sus ardientes relatos. Repasó una vez más el
monto del premio, acariciando con la vista los dos últimos ceros,
redondos, carnosos y suculentos, hasta decidir estrenarse como
concursante en ese certamen, patrocinado por la Fundación de las
Hermanas Piadosas. Valía la pena. El tema suponía un reto salvable:
La dicha del celibato como enseñanza y modo de vida. Algo se
le ocurriría. Manos a la obra, se rascó con fuerza el cogote e hizo
un par de complicados visajes en busca de inspiración. También
entrecerró los ojos con fuerza, concentrándose en un punto como los
rayos de sol al pasar por una lupa, hasta provocar un incendio en su
cabeza, una migraña que le hizo sentir impotente. Nada iba a salirle
de la pluma. Era incapaz de hincarle el diente al asunto del
celibato. Su creatividad le acababa de dar gatillazo. Deprimido por
el fracaso, abrió una de las revistas para las que trabajaba y, tras
tomarse una aspirina, buscó consuelo entre sus páginas.
©Mikel
Aboitiz
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