En la Cuvrystraße,
en el barrio de Kreuzberg, viniendo de la Schlesische Straße, una
calle con una alta densidad de cafés, tiendas, terrazas, negocios,
zanjas abiertas en el asfalto y gentes variopintas, se levanta una
valla que encierra un solar. Por encima de ella un bloque de casas
que antaño fuera una fábrica parece girarse hacia un lado como un
animal grande, mirando con sus ventanales hacia un lado. Observándolo
más de cerca, justo por encima del esqueleto
metálico de la valla, revestido de carne de carteles y publicidades
impresas, el hombre de la fachada ocupa tan rotundamente la pared
como la mente del paseante.¿Será
esta la personificación del capitalismo?
El grafiti representa a un galeote encadenado, esclavo del tiempo,
una ficción que mide doblemente en sus muñecas. Su cabeza de
chimenea exhala unos humos que los acampados de abajo confunden con
el cielo. Los acampados, esos seres diminutos que alguna vez creyeron
en la realidad de ese cielo y en otros menos terrenales, han creado
un competidor a su gigante. Es enano comparado con el hombre de las
pesadas cadenas, pero valiente, porque se atreve a sacarle la lengua
al gigante desde una altura más humana y acorde con la de los
hombres que viven a ras de suelo, abriéndose espacio entre la
maleza. Quién sabe, quizás como buenos liliputenses, logren echar
por tierra a ese Goliat encorbatado. Gigantes, enanos, conflictos y
soluciones: en todo esto y más se puede ir pensando por la
Cuvrystraße, una calle dentro de un barrio multicolor.
©Mikel
Aboitiz
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