Modelo de pruebas
Eructa y se seca con la manga
los restos de agua de la boca. Beber tanto líquido le obliga a ir al
baño constantemente, un incordio
más, sumado al esfuerzo de quitarse la faja-braguero de gimnasia
estática Thompson. Orina concentrado en el horizonte blanco
de la pared sobre el mar gris y cuadriculado del alicatado, pensando
que en una semana ha perdido tres kilos.
De vuelta al dormitorio ahueca
la almohada y se ajusta la Thompson. El cosquilleo en la
cintura le adormece más y más, hasta hacerle perder de golpe todos
los kilos innecesarios: ha
comenzado a soñar que es un tipo normal, delgado, que se
acerca a las chicas de la piscina haciendo valer una sonrisa sin
complejos. Sus ronquidos ahogan el ruidito de la faja-braguero pero
eso no lo oyen las muchachas de la piscina, que, a lo sumo, perciben
el molesto runrún de un
cortacésped rugiendo al fondo, mientras ellas descansan bronceándose
al sol.
En su cintura, la Thompson
continúa su trabajo con sencillez, como si el interior de la faja no
contuviera una miríada de cables conectados al enchufe. La Thompson
& Hucks Ltd., la empresa para la que trabaja, pronto
comercializará el prototipo de faja-braguero adelgazante que él
prueba. Debe perder peso a toda costa, por eso ha bebido litros y
litros de agua en lo que va de día. Sin embargo, ahora no piensa en
nada de eso, solo ronca y extiende bronceador sobre una espalda
femenina, pecosa, suave, perfecta.
El sol rebota en las aguas
azuladas de la piscina, cuando se le corta la respiración en medio
de un ronquido. La
muchacha tendida en la toalla levanta la cabeza satisfecha,
doblemente satisfecha: con el cortacésped que por fin se ha parado y
con él, el mejor masajista posible. Le sonríe y saca una bebida del
bolso. Él la acepta aunque se siente lleno, como si hubiera acabado
con las existencias de cerveza de todo el bar de la piscina. De
hecho, necesita imperiosamente ir al baño. Un apuro repentino,
incontenible, le obliga a disculparse y a correr entre toallas
esquivando a un tipo enclenque con un silbato. «¿No
eran todos los socorristas unas bestias musculosas?»,
se pregunta al alcanzar el servicio. Se relaja. Su vejiga,
también se relaja. De pronto siente un calambrazo y luego un ruido.
Han saltado los plomos. Despierta con el braguero mojado. Se lo quita
apresuradamente y no sabe qué le duele más, si haber abandonado la
piscina, la vergonzosa infamia líquida que le corre piernas abajo o
el perder a la chica de las pecas.
En todo caso, el prototipo de braguero necesita un mejor aislamiento.
Y él, una ducha.
©Mikel
Aboitiz
muy bueno. Podría haberse electrocutado y pasar a tener una ereccíón permanente. Sería, en términos médicos, un hallazgo
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Garriga. En este caso era tan solo un modelo de pruebas. Si lo que buscas es algo más relacionado con el priapismo, te remito a esta otra entrada. No se trata de un modelo de pruebas sino, más bien, un modelo para montar uno mismo.
EliminarUn saludo transatlántico. Aquí el enlace:
http://lalenguasalvada.blogspot.com/2012/05/relato-soga-papel-y-boli.html