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Lo más
seguro es quedarse en la cama. Si sale, puede caerle una teja de una
cornisa o hasta atravesarle un rayo (las tormentas repentinas son
impredecibles). Sí, lo más seguro es permanecer acostado, pues
nunca se sabe, tampoco en casa: un fatídico resbalón en la ducha,
el famélico cable de la tostadora provocando un incendio en el
desayuno… Sí, mejor no levantarse, posponerlo todo.
Avanza
lenta la mañana y el sol tamborilea con sus dedos de luz en la
almohada que le cubre el rostro. Gritos de niños en el patio y olor
a comida se cuelan por la rendija de la ventana y él comprende que
tendrá que levantarse. Se ducha, come algo y sale. En la calle el
sol irradia vitalidad, le deslumbra. Le obliga a cerrar los ojos. Por
eso no ve la cornisa, tampoco la teja, y nunca sabrá lo
estúpidamente acertado que era quedarse en la cama.
©Mikel Aboitiz
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