24 abr 2016

- Visto en Berlín (reeditado) -


  
Si el primer muro hubiera tenido una rendija. Si un ciudadano de a pie del Este se hubiera podido asomar a ella. Entonces habría visto el segundo muro a lo largo de la Bernauer Straße. No bastaba con uno. Debían ser dos paredes, paralelas, exhibiendo la impúdica geometría del miedo. Dos muros mirándose el uno al otro a lo largo de kilómetros, bordeando los diferentes sectores de la ciudad dividida. You are leaving the american sectorVous sortez du secteur américain,...

La Bernauer Straße limitaba con la frontera. Las fachadas de las casas pertenecientes a la RDA se asomaban directamente al Oeste. Dormitorios, cocinas, salas de estar contiguas a la RFA. Ventanas dando a otro mundo como ojos que no pestañean abiertos en las fachadas. Por ellas saltó gente buscando la libertad. El blanco y negro de las fotos de la época lo atestigua. Los que se arrojaron por las ventanas solían ser atendidos en el cercano hospital Lazarus de la propia Bernauer Straße.

Las autoridades de la República Democrática optaron por derribar esas peligrosas viviendas frontera. Se levantó el muro. Pero quedaban demasiados familiares, amigos, encerrados al otro lado. Era necesario rescatarles. Por eso excavaron túneles por debajo del muro. Meses de trabajo infatigable y secreto. Galerías inundadas, esperas, reanudación del trabajo y, por fin, se ve la luz al final del túnel. Guiaron a la gente hasta el otro lado, corriendo por angostos pasadizos, como hormigas huyendo de ser pisoteadas por botas militares. Otros no pudieron salir. Quedaron emparedados, atados a sus destinos de diminutos insectos encerrados, ahogándose o aprendiendo a nadar en las aguas lanzadas por una gigante: la dictadura orinaba sobre un hormiguero de más de un millón de almas.

©Mikel Aboitiz

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