Hace una eternidad que trabajo de crupier en un mundo de
hombres. Pudientes enjoyados, gente nerviosa que se crece apostando a un color,
pero luego se muerde las uñas cuando gira la ruleta. Como nadie me paga las
horas extra —aquí no entran
sindicatos—, venzo el tedio
dejando que el tiempo sea mi principal aliado. Los jugadores saben que la casa
siempre tiene ventaja y, aún así, pobres diablos, se pelean por apostar en mi
mesa. Mi rien ne va plus es
definitivo. Modestia aparte, me tienen por la mejor. No en vano, dicen que soy
la muerte.
Mikel Aboitiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario