Adiós, no. Hasta luego
Volvíamos conduciendo
de enterrar al tío Justo. Íbamos rápidos para tanta niebla y derrapé en una
curva. Dimos varias vueltas de campana ladera abajo.
—¿Estás bien?
—Mejor que tú —respondió Laura al verme escupir sangre—. ¡Manda narices! Casi nos matamos
volviendo de un entierro.
Permanecimos un rato
abrazados entre hierros. Al salir fuera sentimos frío. En la vida habíamos
visto tanta niebla.
—Lo importante es seguir vivos —dijo Laura
mirando de reojo el coche hecho un acordeón.
—Alguien vendrá a auxiliarnos —añadí confiado.
Y tuve razón: entre la
bruma apareció él. El bueno de Justo, siempre dispuesto a ayudar.
©Mikel Aboitiz
Ese alma en pena, siendo ángel de la guarda. Un texto enorme.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias por pasarte por aquí, en visita de domingo
ResponderEliminar