23 ene 2021

Unas 200 palabras

 Los pies en el suelo

La cena aún sin preparar y Adrián, de brazos cruzados, con cara de perro hambriento, miraba enfadado mi trajinar con la colada. Entonces, al vaciar la lavadora, encontré la pepita de oro. Descubrí su brillo apagado en el fondo del tambor. Ignoraba cómo había llegado hasta allí. «Veinte quilates, señora», certificaría el orfebre, quitándose las gafas con calma. Adrián, mudo, abría los ojos de par en par, incapaz de decir algo. Me hice una joya, una lagrimita de oro. Carecía de explicación del asunto, pero ávida por sacar la ropa y buscar, lavaba sin pausa. Adrián comenzó a ayudarme. Su rostro irritado pareció ablandarse; incluso bajaba la basura. También llegó a traerme flores. Pasaba yo un día la aspiradora al volver del trabajo, pensando en aquel milagro, en la pepita llovida del cielo cuando, al meter el tubo por un resquicio debajo de nuestra cama, un objeto lo atascó. Primero probé con un destornillador largo. Después de la pepita, ¿qué otra maravilla podía estar ahí oculta? Luego le di con el martillo grande hasta destriparlo. Verdad es que mi marido no llegó a ver el estropicio, solo sus maletas recién hechas esperándolo a la puerta de la casa.

©Mikel Aboitiz

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