Círculos
Me había colgado de su oreja. Una oreja bien formada, simétrica a su par, del tamaño exacto al canon de las proporciones. Delicada, de lóbulo discreto, suficiente para quedar uno prendado de ella por los siglos de los siglos. Mi tío discrepaba: lo mejor era el arranque de su busto (a cada cual lo suyo; será que el roce hace el cariño), pero ese lóbulo, Dios mío. Mi hermano gemelo, por supuesto, me daba la razón, mientras que mis primos, sin dejar de jugar con sus muñecas, opinaban desde su doble inocencia, que nada como sus manos. Y es que en la familia de los aretes siempre estamos dándole vueltas a lo mismo.
© Mikel Aboitiz
Caray, qué original. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, aunque dudo entre original y un horror para el lector...
ResponderEliminarUn abrazo