Al
despertar Gregorio aquella mañana tras un sueño inquieto, el pulpo
estaba allí. Pegado a su cara como una ventosa. Intentó arrancar su
cuerpo resbaladizo, asiéndolo con unos pañuelos de papel; abrió la
ventana como queriéndolo lanzar hacia la calle, pero ni el aire
invernal ni la fuerza bruta podían con él. Atornillado a su
rostro, le ahogaba. Aunque el cefalófago apenas le permitía
abrir los ojos, logró llegar hasta la cocina y hervir agua en una
olla, donde bien cabrían dos pulpos. Tras hacer unos vahos, el
resfriado remitió: el pulpo había soltado dos tentáculos para
hacer las maletas.
©Mikel
Aboitiz
Apropiada metáfora metamorfosis. El ingenio que no falte, sobre todo en pocas líneas. Un saludo.
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